Las
leyes de la frontera dicen
que la línea entre el bien y el mal es muy difusa. Que un solo
instante puede determinar tu vida. Que, por muy mal que vayan las
cosas, siempre pueden ir peor. Son afirmaciones acomodaticias que
captan con gran fortuna el espíritu de “Las leyes de la frontera”,
el último libro de Javier Cercas.
Javier
Cercas. Un tipo que es capaz de crear un género mixto, híbrido de
novela, ensayo y crónica histórica a partir de una imagen. Para
ello, acude a la potencia de la duda como segadora campestre. Ahí
permanece el soldado que perdona la vida a Sánchez Mazas en
“Soldados de Salamina” o Adolfo Suárez inmóvil en su asiento
durante el asalto al Congreso del 23-F, en “Anatomía de un
instante”.
Así
es como
la narrativa de Cercas se nutre de los quinquis que poblaban la calle
gerundense para hablar de temas universales: el amor, la lealtad, la
libertad y el devenir. El formato de continuo diálogo enriquece la
historia y le permite crear un juego de reglas estrictas en el que
utiliza la literatura, la perspectiva del escritor que se documenta
para su creación, para crear literatura.
Con
esta propuesta
habilita una realidad poliédrica, un discurso que computa respuestas
ambiguas y contradictorias. El tal vez como recurso permanente y la
precisión en los detalles desde una minuciosidad pasmosa se
materializan en un desarrollo fragmentado, un guión que trata la
sorpresa de la forma más auténtica, esto es, todo sucede previsible
hasta que deja de serlo.
No
es Jesús Carrasco, que antes de publicar su primera obra ya había
conseguido firmar
traducciones a 13 idiomas. Ello se refleja en la cotidianidad de su
prosa, un estilo amargo: melancolía sin nostalgia y una infinidad de
contradicciones que consiguen descubrir una verdad multiforme. No,
Javier Cercas no es Jesús Carrasco. Javier Cercas fue un outsider
inofensivo hasta los 39 años, cuando publicó su tercera novela.
Después, adaptación cinematográfica y reconocimiento general.
Antes, el extremeño se deslizó por la cuerda floja y a punto estuvo
de convertirse en un escritor maldito más.
Tan
maldito como lo fue en su día Roberto Bolaño, a quien le unió una
amistad íntima y que da nombre al escritor en “Soldados de
Salamina”. La influencia chilena acoge la obra de Cercas, que se
confiesa inspirado por los grandes clásicos y remite en la trama
algunos de ellos: Galdòs como referente pero también la non-fiction
de Truman Capote o la continua omnipresencia de Borges.
Con
relatividad
aristotélica, Cercas estira la conciencia social de El Zarco hasta
convertirla en una cárcel sin salida: delinquir es su misión, no
tiene otra opción. Apunta a los márgenes de una Girona oscura,
dispara contra la superficialidad de los medios de comunicación y
mata el “sueño español”, una copia sucia e irrisoria del sueño
americano. Observa el otro lado de la frontera y se pregunta por qué
ellos sí y él no.
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