abril 24, 2013

Cercas en la frontera


Las leyes de la frontera dicen que la línea entre el bien y el mal es muy difusa. Que un solo instante puede determinar tu vida. Que, por muy mal que vayan las cosas, siempre pueden ir peor. Son afirmaciones acomodaticias que captan con gran fortuna el espíritu de “Las leyes de la frontera”, el último libro de Javier Cercas.

Javier Cercas. Un tipo que es capaz de crear un género mixto, híbrido de novela, ensayo y crónica histórica a partir de una imagen. Para ello, acude a la potencia de la duda como segadora campestre. Ahí permanece el soldado que perdona la vida a Sánchez Mazas en “Soldados de Salamina” o Adolfo Suárez inmóvil en su asiento durante el asalto al Congreso del 23-F, en “Anatomía de un instante”.


En esta ocasión el leitmotiv se encuentra en la sique del Premio Nacional de Narrativa 2010, que se ha apoyado en la delincuencia juvenil de la Girona de su adolescencia para desmontar el mito de la Transición. Y no es el único mito que despedaza. Utilizando hechos autobiográficos – Cercas se identifica como charnego y El Gafitas vive en la misma calle donde residió el escritor-, realiza una elaborada desmitificación del héroe en la última parte de un relato dividido en dos tiempos: la adolescencia de Ignacio Cañas, alias el Gafitas, en 1978; y finales de los 90, cuando el Gafitas es un abogado de éxito que decide defender a Antonio Gamallo, alias el Zarco.

Así es como la narrativa de Cercas se nutre de los quinquis que poblaban la calle gerundense para hablar de temas universales: el amor, la lealtad, la libertad y el devenir. El formato de continuo diálogo enriquece la historia y le permite crear un juego de reglas estrictas en el que utiliza la literatura, la perspectiva del escritor que se documenta para su creación, para crear literatura.
Con esta propuesta habilita una realidad poliédrica, un discurso que computa respuestas ambiguas y contradictorias. El tal vez como recurso permanente y la precisión en los detalles desde una minuciosidad pasmosa se materializan en un desarrollo fragmentado, un guión que trata la sorpresa de la forma más auténtica, esto es, todo sucede previsible hasta que deja de serlo.

No es Jesús Carrasco, que antes de publicar su primera obra ya había conseguido firmar traducciones a 13 idiomas. Ello se refleja en la cotidianidad de su prosa, un estilo amargo: melancolía sin nostalgia y una infinidad de contradicciones que consiguen descubrir una verdad multiforme. No, Javier Cercas no es Jesús Carrasco. Javier Cercas fue un outsider inofensivo hasta los 39 años, cuando publicó su tercera novela. Después, adaptación cinematográfica y reconocimiento general. Antes, el extremeño se deslizó por la cuerda floja y a punto estuvo de convertirse en un escritor maldito más.




Tan maldito como lo fue en su día Roberto Bolaño, a quien le unió una amistad íntima y que da nombre al escritor en “Soldados de Salamina”. La influencia chilena acoge la obra de Cercas, que se confiesa inspirado por los grandes clásicos y remite en la trama algunos de ellos: Galdòs como referente pero también la non-fiction de Truman Capote o la continua omnipresencia de Borges.

Con relatividad aristotélica, Cercas estira la conciencia social de El Zarco hasta convertirla en una cárcel sin salida: delinquir es su misión, no tiene otra opción. Apunta a los márgenes de una Girona oscura, dispara contra la superficialidad de los medios de comunicación y mata el “sueño español”, una copia sucia e irrisoria del sueño americano. Observa el otro lado de la frontera y se pregunta por qué ellos sí y él no.


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